Una vez, pues es inevitable, (casi) a todo el mundo le pasa. Pero que sean dos ya el miedo deja de serlo para convertirse en furia feroz y en odio jarocho. Los cacos, ladrones, malnacidos vagos sustractores de lo ajeno rondan mi guarida.
Esa vez se llevaron lo más preciado en mi casa (después de Porfirio, de mis libros, de mis discos y de mis fotos en papel): ¡mi computadora en pleno episiodio de elaboración de tesis! O sea, fue el equivalente a la catástrofe.
Debido a eso converti mi guarida en una sucursal de Guantánamo, como se puede ver en la siguiente foto, en la que Porfirio quedó atrapado entre alambres:
Pero los malandros siguen merodeando la zona, ¡y esta vez los combatiré! ¡Que se vayan a robar a casa de su abuela!